sábado, 24 de julio de 2010

Ahora y aquí


Cuando se practica zazen no existe idea del tiempo ni del espacio. Quizás uno se diga "me siento a practicar en mi habitación a tal hora durante tantos minutos". De este modo tenemos una idea del tiempo y del espacio. Sin embargo, en realidad, lo que uno hace es simplemente sentarse y estar consciente de la actividad universal.

El tiempo y el espacio se funden y dejan de existir como tales.

Durante zazen el tiempo ya no pasa al ritmo del reloj, se puede decir que el tiempo ya no existe como tal y el espacio se vuelve ilimitado. Podemos naturalmente trascender, no solo los límites de la habitación sino también los límites del cuerpo físico y de la mente conciente.

Cuando practicamos zazén todo lo que existe es el movimiento de la respiración.

Uno está conciente de este movimiento. Nunca se debe tener la mente distraída. Estar conciente del movimiento no significa estar consciente del pequeño yo personal, del diálogo interno cotidiano, sino más bien de nuestra naturaleza universal, lo que se denomina: la naturaleza de Buda.

Esta clase de conciencia es muy importante porque en general tendemos a ser unilaterales. Nuestra comprensión usual de la vida es dualista: vos-yo, esto-aquello, bueno-malo, gano-pierdo.

Pero incluso estas categorías son parte de la gran mente, de la conciencia universal.

De la misma manera que nuestro conciente es parte de una conciencia universal, que incluye a todas las conciencias. Nuestro mundo es parte de otros múltiples mundos. Cada uno en si mismo es un universo. Hay muchos universos, está el universo del “vos” y del “yo”, del “esto” y del “aquello”. Cuando comprendemos que estas categorías son solo una forma de experimentar la vida, es posible trascenderlas, relativizarlas.

Durante la práctica de la meditación, momento tras momento se repite la misma operación, sin la menor idea del espacio ni del tiempo.

El tiempo y el espacio son una misma cosa. Generalmente se suele pensar "tengo que hacer tal cosa mañana", pero en realidad no hay un “mañana". Las cosas se hacen una tras otra. Punto a punto. Nada más. No existen un tiempo tal como "mañana" o “esta noche”. Ni un sitio fuera del que estamos.
A veces, cuando uno tiene dificultades o pasa por problemas, decimos "no debería haber venido a este lugar o, no debería haber hecho esto”. “Hubiera sido mejor ir para otro lado”. Uno se crea en la mente una idea del lugar separado del tiempo real. Un lugar separado del que se está, y uno entonces termina fragmentado en múltiples partes: una aquí, otra allá, otra mañana, otra ayer...

Se trata de vivir el momento. Esto que en teoría es muy aceptable, cuesta integrarlo a la forma que tenemos de pensar y de percibir la vida. Es una verdadera reeducación, mejor dicho, una revolución interior.

Concentrar la mente en el aquí y ahora es muy importante, y genera además un efecto energético y fisiológico enorme. Dicho de otra forma: el pensamiento que divaga, las dudas, los miedos, las preocupaciones, nos separan de este “ahora y aquí”, nos fragmentan y además consumen una cantidad enorme de energía. De manera que se está viviendo en otro tiempo y en otro lugar, gastando recursos en vano.

Así, pues, cuando nos sentemos a practicar zazen, lo fundamental es la concentración en la respiración y en la postura, es decir, en lo que debemos hacer en ese momento. Ésta es la práctica del Zen. En esta práctica no hay confusión. Cuando se establece esta forma de vida no hay confusión de ninguna especie. Luego, con la continuidad, el cerebro se acostumbra a concentrarse y a focalizar la atención en cada cosa, en cada momento.

El espíritu, la respiración y el cuerpo, no están separados.

Si el cuerpo está en la postura correcta, estable, en equilibrio, la espalda y la cabeza derechas, con las piernas bien enraizadas en el suelo; naturalmente el flujo de pensamientos disminuye y resulta más fácil la concentración, y la respiración, que es como un puente que une el mundo interior del exterior, se vuelve lenta y profunda, lo que a su vez favorece la concentración y la calma.

De esta manera, se puede percibir y comprender que cada momento es único e irrepetible, y que la vida en realidad no es una línea continua, si no que está compuesta de una sucesión de estos momentos irrepetibles. De estos “ahora” y de estos “aquí”.

"Aquí" podremos volver, pero a este momento, nunca más, por eso el "ahora" es único.

Ahora y aquí se encuentra la puerta de la salud y la felicidad.

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