lunes, 12 de diciembre de 2011

El poder de la intención



La energía y la información existen en toda la naturaleza. Representan el verdadero lenguaje universal.

En el microuniverso cuántico más allá del átomo, en la diminuta escala de Planck, comprobamos que la sustancia de nuestro sólido mundo material es energía e información  apareciendo y desapareciendo en el vacío creador.

Si nos desintegramos hasta llegar a nuestros componentes fundamentales solo hallaremos energía e información rodeadas de un inmenso vacío.



Nada más material que esto.

De hecho, el universo es la manifestación del movimiento de la energía y la información.

Este campo infinito de interacciones e interconexiones no es otra cosa que el campo de la pura conciencia o de la pura potencialidad. Y en este campo cuántico de energía e información influyen de forma determinante la intención y las creencias.

El impacto que tienen en el mundo físico nuestras creencias es mucho mayor de lo que suponemos, aunque ya está largamente demostrado que lo que creemos, nuestro cuerpo entero lo cree, y si el cuerpo lo cree, el universo entero hace la misma lectura y nos devuelve la información certificando nuestra creencia. 
Cada célula por insignificante que parezca participa de esta convicción.
Si creemos que algo nos hace mal, así será. Por el contrario si creemos que algo nos hace bien, así será también.

Nuestras emociones y pensamientos son vibraciones no físicas que rápidamente son traducidas por el cerebro en un lenguaje neuroquímico de potenciales eléctricos y neuropéptidos, que modifican directamente la actividad celular y modelan el cuerpo físico.

Todo lo que existe comparte el mismo origen. 
La diferencia, por ejemplo, entre nosotros y una planta es el contenido de información y de energía de nuestros respectivos cuerpos.
En el plano físico, tanto nosotros como la planta, al igual que un perro, una ameba o una mosca, estamos hechos del mismo reciclado de elementos: principalmente carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y otros elementos en mínimas cantidades.

Podemos conseguir estos elementos sin dificultad en un laboratorio. 
Por lo tanto, la diferencia entre nosotros y un árbol no la encontraremos en estos elementos. De hecho, los seres humanos y las plantas intercambiamos todo el tiempo carbono (CO2) y oxígeno (O2).
La verdadera diferencia se encuentra en la información.

Los seres humanos podemos ser conscientes del contenido de energía e información de ese campo que da origen y mantiene a nuestro cuerpo físico.
Podemos experimentar ese campo subjetivamente bajo la forma de pensamientos, emociones, deseos, recuerdos, instintos, impulsos y creencias.

A su vez este campo de potencialidad, esta experiencia subjetiva, se percibe objetivamente como el cuerpo físico, y por medio del cuerpo y los órganos de los sentidos, percibimos el mundo subjetivamente. 
Sujeto y objeto entrelazados en una eterna danza.

Una parte de nuestra existencia es particular, colapsada en una realidad que definimos como material. Percibimos de nuestra existencia (y por ende de las demás también), solo el aspecto corpóreo. Nuestro realidad material corresponde solo a la pequeña franja de señales que captan los sentidos y que el cerebro les da forma, las particulariza.

Pero la mayor parte de la existencia no manifestada, es más bien como una sutil onda de probabilidades, una nube de interconexiones que representa nuestro aspecto insustancial e inconsciente en unidad con el orden cósmico.



 Somos seres particulares y ondulatorios

Las partículas elementales que forman las moléculas que componen las células y tejidos de nuestro cuerpo, experimentan esta dualidad.
En realidad, la dualidad onda/partícula la experimenta el observador, que mediante su percepción dualista provoca el colapso o reducción de la función de probabilidades en una realidad determinada, al tratar de comprender y describir su experiencia cotidiana.



Pero en esencia no hay dualidad. Existimos como una realidad particular y al mismo tiempo como una onda de probabilidad diseminada en el espacio.
Existimos y no existimos al mismo tiempo.

Podemos darnos cuenta que debido a sus interconexiones y su potencialidad, el aspecto insustancial (ondulatorio) presenta muchas más posibilidades y ventajas que el aspecto particular. Pero es el aspecto particular el que finalmente se manifiesta o materializa acorde a la información y sirve de vehículo de la experiencia espiritual.

Para influir en el sustrato mismo de la materia hay que servirse del aspecto ondulatorio (vibracional) del ser, que está en resonancia con las frecuencias más sutiles: pensamientos, emociones, propósitos y creencias y tiene acceso directo al campo de potencial infinito de energía e información.

Nuestro cuerpo es interdependiente con el cuerpo del universo, porque más allá de nuestros átomos y partículas elementales, las fronteras no están bien definidas.
Nuestro cuerpo no esta limitado por la piel.
Este es tan solo un nivel que delimita un medio interno y otro externo, esto le permite al cuerpo funcionar y desarrollarse como organismo. Al igual que una célula está delimitada por su membrana plasmática, que es permeable y dinámica y mantiene un intercambio vital con su entorno. Una célula no esta aislada de las demás células y comunica activamente con el campo.

Somos más bien una onda, una fluctuación, una perturbación localizada en un campo cuántico mucho más grande, una ola surgida en el mar de la potencialidad infinita. Ese campo cuántico más grande - el universo – , es también nuestro cuerpo ampliado.

Como la conciencia humana es infinitamente flexible, tenemos la habilidad de poder cambiar conscientemente el contenido de información que da origen a nuestro cuerpo físico.
Podemos cambiar conscientemente el contenido de energía y de información de nuestro propio cuerpo a nivel cuántico y, por lo tanto, influir en el contenido de energía y de información de nuestro cuerpo ampliado: el campo, y en consecuencia hacer que se manifieste lo que deseamos. Dicho de otra forma: materializar un deseo.

Para esto la conciencia posee dos cualidades: la atención y la intención.

La atención funciona como un filtro, que al descartar los estímulos irrelevantes permite un estado de coherencia en la información y además ayuda a concentrar la energía,  a focalizarla. La intención o propósito,  tiene el poder de transformar. Si te propones algo tarde o temprano lo logras.

Atención y concentración son 2 caras de la misma moneda.
Si prestamos atención a algo le transferimos energía, ya que el pensamiento es una onda de energía e información y entonces el objeto de atención se manifestará con más fuerza en nuestra vida. Si dejamos de prestar atención, se marchitará, se desintegrará y desaparecerá.
La plasticidad neuronal, que es una característica dinámica del cerebro, es la capacidad de formar nuevas redes neuronales y por lo tanto cambiar su formato y su funcionamiento, optimizándolo. Esto se establece mediante la repetición y la concentración mental.

Por otro lado, la intención estimula la transformación de la energía y de la información. 
La intención focaliza, potencia y organiza.
El acto de dirigir la intención sobre el objeto de la atención desencadenará una serie de sucesos en el espaciotemporales que tarde o temprano materializaran lo deseado. Esto se debe a que en el nivel fundamental todo esta interconectado y además la intención tiene un infinito poder organizador.
El poder organizador significa la capacidad para organizar la información simultáneamente, o sea, una infinidad de sucesos espaciotemporales todos al mismo tiempo. Podemos llamarlo “sincronicidad”.

La sincronicidad es una coincidencia en el tiempo de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo significado es el mismo.

Si sembramos una intención en el suelo fértil de la potencialidad pura, del inconciente no manifestado, ponemos a trabajar para nosotros ese infinito poder organizador. 
Es el nivel subconsciente de la conciencia alaya, donde se almacena la información.

Este poder organizador es normal en la naturaleza, se expresa en cada hoja del árbol, en cada flor, en cada célula de nuestro cuerpo. Lo podemos ver en todo lo que vive.
En la naturaleza todo está conectado y relacionado entre sí.
El campo crea orden y modela a la materia.

Lo asombroso de nuestro cerebro es que puede gobernar ese infinito poder organizador a través de la intención.

En el ser humano, la intención y la capacidad de transformación son ilimitadas, no están contenidas en una red rígida de energía e información. Poseen una flexibilidad infinita. Obviamente siguiendo las leyes del universo y de acuerdo a la propia naturaleza de cada ser.

La intención favorece el flujo natural y espontáneo de la pura potencialidad, que busca manifestarse, es decir, pasar del estado no manifestado (potencial) a la manifestación.

Esto sucede porque el movimiento de información en los niveles cuánticos afecta la gravedad y esto provoca la reducción o el colapso de la onda de posibilidades en una realidad particular.

Por supuesto que estas cualidades de la conciencia, son de naturaleza benéfica y positiva. No pueden servir para dañar o ignorar a otro ser, ya que además en virtud de la retroalimentación con el campo, este deseo retorna (generalmente amplificado).
Siempre hay que obrar en beneficio de los demás seres vivos; de todas formas esto es algo que sucede naturalmente cuando se está en la condición normal del cuerpo-mente.

La intención es el verdadero poder detrás del deseo. La sola intención es muy poderosa, porque es deseo sin apego al resultado. El solo deseo es débil, porque en la mayoría de los casos es atención con apego y sin un verdadero propósito. Es apenas un débil estimulo incapaz de mover una partícula de polvo.

Sin embargo la conciencia es capaz de crear mundos.

Esto significa que podemos desear y obrar libremente, sin depender ni identificarnos con un resultado, con confianza en nuestra naturaleza y posibilidades, que son universales.

La intención se proyecta hacia el futuro, pero la atención está ubicada en el presente.

Mientras la atención esté en el presente, la intención dirigida hacia el futuro se cumplirá porque el futuro se crea en el presente. El presente es la semilla del futuro. El futuro ya existe en el presente.
Y este presente es la actualización de causas pasadas. Por eso con nuestros pensamientos y acciones, podemos influir en todas las direcciones del tiempo y del espacio. El pasado, presente y futuro coexisten en este mismo instante.

Hay que saber aceptar, asumir el presente tal como es. De esta forma, con el deseo y la intención, podemos sembrar nuevas semillas, de cara al futuro. Instalar nuevos programas, útiles y actualizados, que nos permitan realizar lo que queremos y vivir en plenitud. Sin arrepentimientos ni culpas, eliminando los programas parásitos y los softwares malintencionados.

El pasado, el presente y el futuro son propiedades de la conciencia.

El pasado es memoria; el futuro es posibilidad; el presente es atención.
El tiempo es el movimiento de la conciencia.
Tanto el pasado como el futuro nacen en la imaginación; solamente el presente, que es conciencia, es real y es eterno. Existimos en este presente, que incluye al pasado y al futuro.

Ahora y aquí encontramos el campo de infinitas posibilidades.
Cuando la conciencia se libera de la carga del pasado y de la preocupación por el futuro, la acción en el presente se vuelve creativa y total.

La intención actúa como catalizadora de la mezcla correcta de materia, energía y sucesos espacio-temporales para crear cualquier cosa que deseemos. Es información que enviamos al campo y que modifica la geometría del espacio-tiempo.

Si tenemos conciencia del momento presente, los obstáculos imaginarios – que representan la gran mayoría de los obstáculos percibidos - se desintegran y desaparecen. El resto de nuestras dificultades reales se transforman en oportunidades, gracias a otra de las cualidades de la conciencia: el foco.

La intención focalizada es la atención que no se aparta de su propósito. Lo que significa estar enfocados, o sea, manteniendo nuestra atención en el presente, con un propósito inflexible y eliminando cualquier obstáculo que se interponga y nos desvíe de nuestro propósito.
La atención y el propósito aportan serenidad y motivación. Y esta combinación se vuelve poderosa y muy eficaz.

La práctica regular de zazen desarrolla la atención sutil y la concentración, esto no solo es beneficioso en términos de salud sino que permite expandir la conciencia y acceder a un nivel superior de energía e información. Inconscientemente, naturalmente.


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