lunes, 16 de enero de 2012

La enfermedad: la solución perfecta del cerebro ante un conflicto


  
Examinemos mejor esta afirmación con un ejemplo de la naturaleza: un animal en una situación de gran estrés relacionado con su supervivencia.
Imagina un lobo que hace tres días que no come. Se encuentra en una condición de estrés físico ligado a su necesidad de sobrevivir. Por fin atrapa una presa, un pequeño cordero. Cuando se apresta a devorarlo, escucha el sonido tan temido, el de su depredador más peligroso: un cazador.  En ese momento nuestro lobo se encuentra entre dos amenazas: O se escapa dejando a su presa y se arriesga a morir de hambre o bien se queda saciando su hambre y se arriesga a morir con la panza llena a manos del hombre. Gran dilema para el lobo.
Para salir de esta situación el lobo decide comerse una pata casi entera del corderito y escaparse a toda velocidad.
Ahora un nuevo peligro acecha al animal: el de morir por una oclusión intestinal, ya que el trozo de pata por su tamaño no puede ascender por el estómago para ser eliminado ni continuar su camino por el tracto digestivo para ser digerido.
El organismo del lobo se encuentra en un conflicto extremo debido a la necesidad imperiosa de digerir algo. Para resolver esta situación el cerebro encuentra la solución perfecta: activa un programa de desarrollo de supercélulas digestivas en la mucosa estomacal. Su objetivo: digerir mucho más rápido y mejor la pata de cordero atravesada. Hasta que no se cumpla este propósito (la digestión de la pata) el cerebro seguirá enviando la orden de continuar produciendo supercélulas digestivas, que tienen una performance muy superior a la de las células normales.



Una vez que la pata fue digerida, por un mecanismo de retroalimentación, la información llega al cerebro que desactiva el programa y cesa la producción de “mutantes” y las supercélulas son eliminadas, ya que mantenerlas sería peligroso para el organismo, porque además de consumir muchos recursos, pueden descontrolarse y generar un cáncer. De hecho, estás células mutantes son una neoplasia, con las mismas funciones que el tejido normal solo que multiplicadas y no llegan a desarrollar una enfermedad porque son controladas y eliminadas por el propio cuerpo.

Una célula de cáncer de estómago digiere mucho más fuerte y más rápido que una célula normal, una célula de cáncer de páncreas puede producir más insulina, en el cáncer de hígado hay un aumento de la actividad metabólica y enzimática del órgano, una célula de cáncer de riñón produce un filtrado significativamente mayor, etc .

Entonces, ¿Por qué morimos de nuestras enfermedades?


Una nueva visión del cáncer

Si el cáncer es una mutación creada por el mismo cuerpo como mecanismo de adaptación para evitar la extinción ¿Por qué produce la muerte?
Para responder a esta pregunta hay que comprender como el cerebro gestiona la información que le llega. 
Está comprobado que el cerebro no distingue entre una información real, virtual o imaginaria.
Veamos como funciona:
Si por ejemplo de repente te enfrentas a un peligro real del cual debes escapar para salvar tu vida, el cerebro activará todos los mecanismos neurovegetativos correspondientes para asegurar la lucha o la huida aumentando fundamentalmente la secreción de adrenalina y cortisol por las glándulas suprarrenales, produciendo taquicardia, broncodilatación, disminución del flujo sanguíneo en los órganos internos y aumenta en los músculos motores, dilatación de las pupilas, disminución de reflejos viscerales, aumento de la glucosa en sangre, etc.

Posteriormente, el recuerdo vívido de esta situación puede desencadenar los mismos mecanismos neuroquímicos y las mismas reacciones. En este caso el cerebro trata una información imaginaria como real y responde.
Otro ejemplo: estás mirando un film y la escena reproduce el mismo peligro y lo vives desde el punto de vista del protagonista. Si estás lo suficientemente compenetrado el cerebro no va a distinguir la diferencia y reaccionará al peligro como si este existiera. Cuanta gente hay que grita, se asusta o se emociona en el cine. En este caso el cerebro trata la información virtual como si fuera real.
Por una parte el cerebro no se equivoca, reacciona a la información que le llega y por otra parte es él mismo el que desencadena la enfermedad para garantizarle al individuo las mejores oportunidades de sobrevida.

Si aprendemos esto podremos realizar fácilmente que todo lo que pensamos, imaginamos o nos decimos es tomado por el cerebro como información real y va a actuar en consecuencia como lo que es: una super biocomputadora. Mientras continúe el estímulo (información) real, imaginario o virtual el cerebro continuará manteniendo los mismos programas, preparando al cuerpo para un peligro inexistente. Así funciona el estrés y el pánico en la sociedad moderna. Esta es la clave, además, para comprender el origen del cáncer y de muchas enfermedades crónicas y autoinmunes.
Además se ha comprobado que los casos de cáncer debido a sustancias cancerígenas representan un porcentaje mínimo (menos de 5%) de la totalidad.

La mayoría de las veces el conflicto tiene su raíz en los planos sutiles de la persona, que corresponde con niveles no conscientes.

Por esta razón los bloqueos afectivos y emocionales deben ser convenientemente filtrados, digeridos y eliminados, porque aunque ya no estén en la esfera consciente, igual continúan enviando información que el cerebro toma como real y actúa para adaptarse a esta situación inexistente.

También puede haber mutaciones celulares cuando las condiciones del medio interno se modifican a causa de malos hábitos como una inadecuada alimentación (alimentos procesados y transgénicos, conservantes, pesticidas, etc.) el tabaquismo y el sedentarismo, aquí el cuerpo va a tratar de adaptarse a condiciones físico-químicas diferentes: acidosis, estancamientos, cambios en el metabolismo de las células, aumento de radicales libres... 

Crear un medio interno negativo predispone al cáncer.

Y mientras el cerebro siga gestionando la misma información, por más que se invada al cuerpo con quimioterapia, rayos o cirugía, si no se desinstalan los programas nocivos, aparecerán las recidivas y las metástasis. Es decir, el cerebro continuará produciendo células mutantes para garantizar la supervivencia. Luego comenzarán los signos y síntomas tales como el dolor, disminución de las capacidades, fatiga o sangrado, debido a la naturaleza invasora del nuevo tejido (neoplasia).

Proliferación de células cancerígenas

El resultado final es la muerte por debilidad (caquexia) y falla general del sistema, ya que las supercélulas mutantes consumen todos los recursos energéticos y físicos. De ahí la imagen del cáncer como algo que se “come” al individuo.
  
Además hay que agregar el duro impacto emocional del diagnóstico fatal que hace el médico, que luego intentará de extirpar o hacer desaparecer el tumor con los medios que dispone y esto termina por sellar la suerte del condenado.

Pero si se cambia la manera de percibir y comprender este proceso se puede cambiar en profundidad. Afectar el sustrato mismo de la materia, reorganizarla. La creencia es lo primero, la fe. No se trata de creer en algo externo, por el contrario, es más bien un movimiento coherente de integración, del cuerpo y la mente en unidad. Esta creencia (o convencimiento) viene acompañada por el conocimiento y la reflexión.

Por supuesto se deben adoptar otras medidas y procedimientos que faciliten la curación y mejoren la calidad de vida. Pero lo esencial, es un cambio profundo, una verdadera revolución en el interior del ser.
Otra actitud. Un cambio de creencias y de hábitos.                                                            

La certeza, más allá de toda duda, que uno puede curarse porque ya posee esa capacidad implícita.
Confianza significa: con fe. Este tipo de fe no es ciega, es un movimiento sutil de energía e información que provoca cambios en lo más profundo de la realidad física.





miércoles, 11 de enero de 2012

El indeterminismo de los niveles fundamentales



Prácticamente todas las culturas ancestrales consideraban al universo como una unidad, y al ser humano como una parte de él. Pero fue a partir de las descripciones y conceptos de Newton, Descartes y Leibniz entre otros, las que desarmaron la estructura del universo como un todo y crearon este modelo de universo mecánico, que funciona más bien como un mecanismo de relojería y en el que no hay anomalías. En este modelo, la mente está separada del cuerpo y el cuerpo esta separado de todo lo demás, y esta idea de “separación” e individualidad creo la base del pensamiento occidental.

De manera que las ciencias, como la física, la biología, la química, la astronomía, la lógica y la matemática, incluso las ciencias llamadas sociales, como la antropología, la economía y la sociología, se han visto influidas y determinadas por esta concepción material y separatista del universo.

Durante mucho tiempo, los físicos estuvieron convencidos de que el universo estaba completamente determinado: correspondiendo todas las observaciones con un conjunto de partículas puntuales y energía interaccionando unas con otras mediante leyes fijas. Sabiendo la posición y la velocidad inicial de todas las partículas era posible predecir con absoluta precisión lo que sucedería después.
Esta forma “dura” de mirar a un universo mecánico y de causas y efectos predecibles, venía con un enorme peso ya desde la época de Newton.

Nos acostumbramos a esta idea. Vivimos en un universo controlado por leyes categóricas e inmutables, que se parece más a una maquina que a algo vivo, un universo con procesos determinados y sin singularidades.
Incluso el cuerpo ha sido descripto como una máquina, con órganos, aparatos y sistemas, vistos en forma separada, que funcionan con cierta independencia y de forma refleja y previsible.
La mente, las emociones, los aspectos sutiles de la existencia y todo lo que se relacione con la conciencia, fue “empaquetado” y puesto aparte.

De acuerdo con esta concepción, esta “máquina biológica” trabaja con 2 centrales fundamentales: el corazón y el cerebro, que conectan con el resto del cuerpo y entre ellos mediante impulsos eléctricos y químicos y está programada por un código genético invariable contenido en el ADN.
La ciencia médica sigue este modelo. Los médicos y terapeutas son formados con esta mentalidad: el cuerpo y la mente son dos entidades diferentes y la enfermedad es un mal que se debe erradicar.
Ahora sabemos que esta visión es incorrecta.

Sabemos que la materia es en realidad energía condensada y que los pensamientos son energía e información, por lo tanto materia y energía son equivalentes, esto ya ha sido demostrado por Einstein hace 1 siglo y por los chinos hace más de 20 siglos.
Cuerpo y mente no son dos realidades diferentes. No existen por separado.

Los pensamientos son ondas de información y energía, que se transforman en partículas (materia). Por cierto, no hay que confundirse, cuando decimos que la materia vibra, no significa que las partículas (como los electrones) están oscilando alrededor de un punto de equilibrio. Las partículas no oscilan: las partículas son la oscilación. Ambas cosas son la misma, no es una cosa (la partícula) efectuando una acción (la oscilación). 
La vibración es la masa.

Nuestra manera ordinaria de percibir la realidad es dualista (binaria), así funcionan en el cerebro los procesos algorítmicos conscientes: 0/1, negro/blanco, enciendo/apago, bueno/malo, onda/partícula, espíritu/materia.
¿Qué son en realidad las cosas: ondas o partículas? ¿Ondulaciones insustanciales o materia sólida?
Nuestros conceptos de partícula onda se basan en la información que obtenemos a través de los sentidos. Son términos con una gran antigüedad y bien enraizados en nuestra cultura, y determinan la manera que tenemos de percibir las cosas.



Nuestros cerebros están configurados para captar la forma, la "particularidad", por eso vemos las formas y corporizamos las percepciones con mucha facilidad, y también con la misma facilidad nos sentimos aislados y separados del resto. 
Para percibir nuestra naturaleza insustancial, nuestro aspecto ondulatorio, no manifestado, que está en interconexión con el resto del universo, debemos comenzar a percibir la realidad desde otro lugar del ser. El cerebro se reprograma, gracias a su capacidad plástica y la mente se libera de su prisión perceptual. Esta verdadera expansión de la conciencia modifica el sustrato del mundo físico.

A pesar de que todo el mundo tiene claro lo que es una partícula y lo que es una onda: nadie confunde un ladrillo con un rayo de luz, la primera idea que tenemos de ambas cosas es mutuamente excluyente: si es sólido no puede ser insustancial. Decir que algo es onda y partícula, fluctuación y materia, nos parece similar a decir que algo es no azul y azul a la vez. Y ahí está el primer obstáculo a superar.

La cuestión no es sólo que esa idea es falsa, sino que es contraria a la realidad. Es decir: “partícula” y “onda” no son lo mismo que “azul” y “no azul”, y no porque sean características independientes que a la vez  pueden ser ciertas, como “azul” y “bello” —estas deben necesariamente ser ciertas a la vez.  Algo así como “azul” y “blue”. La misma cosa con nombres distintos. Si entendiste esto, has superado ese primer obstáculo y estás listo para saltar sobre el segundo, que es algo más sutil — lo de “azul” y “blue” es sólo una primera aproximación a la realidad.

En realidad, cuando llamamos a algo “partícula” o bien “onda” no estamos definiendo lo que es, sino lo que hace o como se manifiesta ante una situación determinada.

La verdadera naturaleza de las cosas no es algo que podamos experimentar directamente al interaccionar con ellas por medio de la percepción clásica, de modo que decir que las cosas son “ondas que a veces parecen partículas” o “partículas que a veces parecen ondas”, no es lo correcto.
En el mundo cuántico las cosas cambian su comportamiento si son observadas.
De manera que cuando nombramos a las cosas como partículas u ondas, en realidad estamos designando la manera que tienen de comportarse en una cierta condición o circunstancia.

Llamamos a las cosas ondas o partículas porque, cuando interaccionamos con ellas, lo hacemos de modos específicos. Estamos dando nombres a la manera en la que esas entidades se manifiestan y no a lo que son en esencia. 

Podríamos también decir: “El universo está formado por ondículas que en determinadas circunstancias se comportan de cierta manera, a la que hemos llamado tradicionalmente “onda”, y en otras se comportan de una manera diferente, a la que hemos venido llamando “partícula”. Pero las cosas no son ondas ni partículas: son ondículas.
La cuestión es que algunas ondículas son muy ondas y hacen falta experimentos muy específicos para revelar su comportamiento corpuscular y otras ondículas son muy particulares y no muestran fácilmente su naturaleza ondulatoria.

Nuestro cuerpo físico tiene solidez aparente porque esta hecho de una infinitud de átomos que vibran a una altísima frecuencia.
Esencialmente son oscilaciones de la misma cosa. Esta “cosa” o entidad (para darle un nombre) es la conciencia
El sustrato de todo lo que existe es la conciencia.

La diferencia la hacen las categorías humanas y la necesidad de describir con palabras y fórmulas el universo en el que vivimos. Son nuestros sentidos los que captan la información de una determinada manera, y como los sentidos, por su diseño y por educación, perciben una realidad “particular”, interpretamos y creamos siempre una realidad física y sólida (generalmente la misma). 
El problema con el que se topa la ciencia es que no siempre las descripciones se ajustan a lo “real”. El universo es lo que es y nuestras descripciones y conceptos nunca podrán explicarlo con exactitud en su totalidad.
Bohr formuló en la interpretación de Copenhague lo que se conoce como el principio de complementariedad, que establece que ambas descripciones, la ondulatoria y la corpuscular, son necesarias para comprender el mundo cuántico y por lo tanto la realidad material. 
Bohr también señaló que mientras en la física clásica un sistema de partículas en dirección funciona como un aparato de relojería, independientemente de que sean observadas o no, en física cuántica el observador (la conciencia) interactúa con el sistema en tal medida que el sistema no puede considerarse como una existencia independiente. 
El sujeto y el objeto son uno.

Por otra parte Einstein y Schrödinger se oponían a esta idea de indeterminismo. El problema surge a partir del proceso de medición. En la física clásica, medir significa revelar o poner de manifiesto propiedades que estaban en el sistema ya antes de que lo observemos.
En mecánica cuántica el proceso de medición altera de forma incontrolada la evolución del sistema. Constituye un error pensar dentro del marco de la física cuántica que medir es revelar propiedades que estaban en el sistema con anterioridad. Y esto sucede porque los fotones de luz del observador impactan e interfieren con los electrones intercambiando energía e información y cambiando el estado del sistema. Es lo que se llama: colapso o reducción de la función de onda.

En los años 20, en los principios de la física cuántica, Heisenberg (junto a Max Born y otros) demostró con su mecánica matricial que no se puede saber con exactitud la posición y el momento de una partícula. Cuanto más sabemos sobre la posición de un electrón, por ejemplo, menos datos disponemos sobre su velocidad. Cuanto más averiguamos sobre su movimiento más borrosa se vuelve su ubicación.

La relación de incertidumbre de Heisenberg refleja una vez más esta dualidad de la naturaleza, aunque en este caso referida a otras propiedades físicas de la materia, como la posición y el momento. Si diseñas un experimento que muestre una cosa, la complementaria está “oculta”. Al menos, en el caso de la relación de indeterminación, no se trata de una elección binario sí/no, tiene que ver más bien con el grado: cuanto más te fijas en una cosa, más borrosa se vuelve la otra.
Si elegimos medir con precisión la posición de una partícula la forzamos a presentar mayor incertidumbre en su momento, y viceversa; escogiendo un experimento para medir propiedades ondulatorias se eliminan peculiaridades corpusculares, y ningún experimento puede mostrar ambos aspectos, el ondulatorio y el corpuscular, simultáneamente.
  

Seres ondulatorios

Debido a esta “particularidad” de la observación y de la percepción, captamos solo el lado "corpóreo" de la realidad. Nuestra mirada particulariza al universo, lo vuelve físico y definido. La ilusión de los sentidos lo hace material. El cerebro es el arquitécto.

A fines del siglo 19,  la luz era tratada como una onda ya que presentaba fenómenos ondulatorios como la difracción y la interferencia.
La difracción se basa en el curvado y esparcido de las ondas cuando encuentran un obstáculo o al atravesar una rendija. La difracción ocurre en todo tipo de ondas, desde ondas sonoras, ondas en la superficie de un fluido y ondas electromagnéticas como la luz y las ondas de radio.  La interferencia es el resultado de la superposición de dos o más ondas
Cuando las ondas chocan o “interfieren” entre sí, se altera momentáneamente su forma  y dependiendo de sus fases la interferencia será constructiva o destructiva (desfasada). Este fenómeno crea patrones de interferencia.


Cada célula registra el patrón de interferencia de las ondas lumínicas (que funciona parecido a un código de barras), y con esta información realiza sus reacciones químicas y mantiene su metabolismo.

En esencia somos seres luminosos realizando por un breve momento, una experiencia de vida "particular".  


sábado, 7 de enero de 2012

Ondas de posibilidades




La física cuántica establece que las partículas elementales constituyentes del átomo, no son elementos esencialmente reales dada su imprecisión existencial.

Se pueden comportar como partículas en un momento dado y como ondas en el siguiente o en el anterior. Existen en un espacio y un tiempo que no reconoce el presente, saltan del pasado al futuro, y a la inversa. 
La esencia de la materia es verdaderamente inatrapable.
El presente material sólo es reconocido como una necesidad y una arbitrariedad de la observación humana.
No obstante esta ausencia de "materialidad", paradójicamente, las partículas elementales se presentan como el fundamento de la materia.

El principio de incertidumbre propuesto por Heisenberg, expresa que no podemos conocer con exactitud la posición y el momento (velocidad) de una partícula. Cuanto más averiguamos sobre uno de los observables del par (posición-velocidad, energía-tiempo, etc) el otro permanece indeterminado.
Por otra parte, la velocidad y posición de una partícula solamente se puede fijar en un instante dado, pero nunca se sabrá que sucederá en el instante siguiente, y tampoco si actuará como tal partícula o como función de onda. Es una cuestión de probabilidades.

Por eso la mecánica cuántica es probabilística y a diferencia de la física clásica que es determinista, ya que conociendo la posición y la velocidad de un cuerpo puedo determinar su trayectoria y la evolución del sistema, pero a nivel cuántico no se puede hablar de “trayectoria” de una partícula, sino de probabilidades de encontrarla aquí o allá.
Para el observador, en los niveles fundamentales la realidad se presenta mas bien borrosa e indeterminada.

El significado de la dualidad onda-partícula es que las partículas pueden ser simultáneamente ondas, esto no se refiere a ondas físicas reales, como las ondas del sonido o del agua, sino más bien fenómenos ondulatorios de probabilidad. Cuanto mayor es la onda (intensidad, amplitud, etc) hay más probabilidades de que ocurra un determinado suceso. Aunque más estrictamente hablando, no nos referimos a cosas reales, con existencia y sustancia propia. En los niveles fundamentales de la vida todo existe en relación de interconexión e interdependencia. Nada existe por si mismo.

Las ondas de probabilidades no representan las probabilidades de las cosas, es decir de algo "concreto", sino más bien probabilidades de interconexión. Es un concepto difícil de entender, pero, lo que llamamos «cosa» en esencia no existe. Lo que solíamos llamar «cosas» son, en realidad, «sucesos» o procesos que podrían convertirse en sucesos.

Nuestro viejo mundo de objetos sólidos y leyes deterministas, es en realidad un mundo de patrones de interconexiones ondulantes. Conceptos tales como «partícula elemental», «sustancia material» u «objeto aislado» van perdiendo su significado.


El universo entero se nos presenta como una trama de conexiones energéticas inseparables. Así, definimos el universo como un todo dinámico que incluye siempre de forma esencial al observador.
La mirada del observador modela la realidad física. 
La conciencia provoca un movimiento de energía e información que de acuerdo a su nivel de vibración, se condensarán en materia por un momento. 
La muy alta vibración de los miles de billones de átomos que forman nuestro cuerpo crean la ilusión de solidez y permanencia, pero la sustancia real de nuestro cuerpo está más cercana a un sueño o a un pensamiento que a algo consistente.

Por esto, más allá de la realidad cotidiana definida y determinada, existe un mar de infinitas posibilidades. Una red ilimitada de interconexiones que nos permiten el acceso a información y a energía, fundamentales para crear una vida con más posibilidades y aptitudes.

Así somos. Por una parte un cuerpo particular, manifestado y concreto y por la otra somos una nube insustancial de posibilidades no manifestadas en interconexión con el resto del universo.

La conciencia se manifiesta por medio de la partícula, del corpúsculo, de la materia. Es muy sensible a materializarse y a encarnarse. Por eso tendemos solo a considerar la "particularidad" de las cosas y a percibir el lado "material" de la realidad. Pero esta es una ilusión de la percepción que necesita ser equilibrada con la comprensión de nuestra verdadera naturaleza.

Esta forma de autoconocimiento genera una expansión de la conciencia e influye inevitablemente en el propio organismo y en el entorno.